Vino del Bajío: una «ruta» de expansión y buen sabor económico

La producción vitivinícola en México data de tiempos de la Conquista, siendo nuestro país la primera región de América en adoptar las vides españolas y desarrollar los primeros plantíos en el Nuevo Mundo. Desde México, el mercado y la producción de vino se expandieron hacia Estados Unidos, en tanto que hacia el sur llegó a las geografías que hoy reconocemos como Argentina y Chile.

Si bien México fue la cuna de producción de vino en el continente Americano, quedó rezagado por décadas y es a partir de este siglo que el país vuelve a distinguirse como una región de manufactura de vinos comerciales de categoría internacional.

Pero no solo la producción ha tomado relevancia, también la demanda se ha dinamizado; por ejemplo, el consumo per cápita pasó de 450 mililitros en 2012 a casi un litro en 2018, en tanto que para 2021 la ingesta promedio por persona fue de 1.2 litros de acuerdo con el Consejo Mexicano Vitivinícola (CMV).

Es preciso mencionar que en la categoría de bebidas alcohólicas, el consumo de vino se encuentra muy por debajo del consumo de cerveza (el primer lugar), de los destilados de agave y otras bebidas espirituosas; no obstante los hogares mexicanos cada vez ingieren más destilados alcohólicos –entre ellos el vino-.

De acuerdo con el INEGI, en 2013 el 4.3% de los hogares mexicanos consumían bebidas alcohólica y para 2018 dicha proporción subió a 5.1%; en términos absolutos hubo un incremento de poco más de medio millón de hogares, esto sin contar el consumo fuera del hogar.

La presión de la demanda sobre la oferta demuestra lo promisorio del mercado mexicano, pues la producción de vino nacional solo satisface el 30% del consumo interno, es decir 3 de cada 10 botellas abiertas en el país son hechas en México, según información de la Secretaría de Economía.

En este sentido, por ejemplo en 2021 (último año de información oficial disponible) las importaciones de vinos ligeros, generosos, finos y demás registraron la cifra de 49.5 millones de litros, mientras que las exportaciones del mismo producto sumaron 1.2 millones de litros, de ahí la relevancia no solo en materia de comercio exterior sino también del potencial del mercado mexicano.

Ante un contexto de mayor demanda nacional e internacional por vino mexicano, los productores nacionales se han puesto a la vanguardia para atender paladares cada vez más sofisticados.

La elaboración de vino mexicano se genera en 15 estados de la República, y al igual que con el consumo, la producción creció en la última década, pasando de cerca de 7 mil hectáreas (ha.) de cosecha de uva industrial –destinada a la producción de zumos y vino- en 2010 a poco más de 8 mil 500 hectáreas cosechadas en 2022, esto significó un crecimiento de 1.8% promedio anual o en términos absolutos una cifra de 1,500 ha. adicionales de cosecha.

Gran parte del dinamismo de la última década se debe al impulso en la producción de los estados del Bajío.

De acuerdo con el Sistema de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), los estados del Triángulo Industrial Bajío; es decir, Guanajuato, Querétaro y San Luis Potosí comenzaron a sumar una importante cantidad de terreno destinado a la producción de uva industrial.

Particularmente a partir del año 2016 la producción proveniente de dichas entidades empezó a tener un rol preponderante sobre la oferta nacional, por ejemplo en aquel año las 3 entidades sumaron 320 hectáreas de cosecha de la variedad industrial, cantidad que se mantuvo constante hasta 2019, multiplicándose en 2020 para llegar a 733 hectáreas; en tanto que para 2022 la cifra alcanzó poco más de mil hectáreas cosechadas. Es decir 2 de cada 3 hectáreas adicionales de cosecha a nivel nacional se originaron en el Bajío (1,000 de 1,500 ha.)

Si bien Baja California Norte es la “ruta” líder en la producción de vino mexicano, el Bajío junto con Aguascalientes aporta una quinta parte de la producción nacional, con expectativa a seguir creciendo gracias a la extensión territorial disponible, mínimos retos sociales y la altitud geográfica que hace propicio el cultivo de la vid.

La expectativa de la región se hace patente por ejemplo con la creación en 2022 del primer clúster vitivinícola de México ubicado en Querétaro, reconociendo a esta industria como un sector estratégico para la economía del estado. Entre los objetivos de este clúster se pretende lograr un crecimiento de 10% anual en la producción de vino, así como aumentar 60% la superficie de viñedos para 2028.

De acuerdo con el SIAP, en Querétaro la superficie cosechada de uva industrial pasó de 256 hectáreas en 2016 a 490 ha. en 2022, representando un tasa de crecimiento media anual (tcma) de 11.2%.

Guanajuato es otro caso de éxito, tan solo hace 7 años se registraron 34 ha. de cosecha, en tanto que para el cierre del año pasado la superficie alcanzó 471.5 hectáreas, un crecimiento exponencial. Asimismo, San Luís Potosí registró una tcma 253% en la superficie cosechada en el periodo de análisis.

La industria del vivo per se genera un impulso importante para la economía nacional pero también tienen un efecto multiplicador en las economías regionales mediante el impulso del “Enoturismo” hacia la hostelería; es decir, actividad que fomenta la ocupación hotelera, de restaurantes, transporte, agencias de viajes, parques temáticos, etc.

En pocas palabras recorridos de ocio, placer y sobre todo buen sabor de boca.

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